Los Olmecas (15)  

                 En una primera fase (de 1100 a 1000, aproximadamente, antes de nuestra era), los primeros Olmecas de La Venta comenzaron a construir la pirámide y ejecutar el plano general del centro ceremonial. ¿Estaba habitada la isla antes de su llegada? Tal parece que se puede responder afirmativamente: se ha descubierto, en efecto, en los terraplenes de los primeros túmulos del patio ceremonial, lo que claramente parecen ser fragmentos de capas de arcillas coloreadas que debieron ser destruidas por las construcciones de la fase I.

                 Entre el año 1000 y el año 800 antes de nuestra era se extiende la fase II, marcada por una actividad extraordinaria. Las “ofrendas masivas” empiezan durante este período y proseguirán durante las fases III y IV, de 800 a 400 a.C. Las ofrendas de figurillas de jade, las tumbas ricas, se remontan a estos últimos siglos, que presenciaron el apogeo del centro ceremonial situado al norte de la seudopirámide.

                 ¿Que ocurrió cuatro siglos antes de nuestra era? El fin de la civilización de La Venta permanece enterrado en el misterio. Lo que hemos comprobado es que entre 450 y 325 a.C., toda actividad cesó en la isla. Ya no hay construcciones, ya no hay fosas excavadas para recibir las ofrendas de serpentina, ya no hay escondrijos para las figurillas de jade. La elite dirigente ha desaparecido: ¿fue arrojada, exterminada, o simplemente partió al exilio? En todo caso, la isla permanece desocupada y el viento acumula allí la arena; después, no sabemos exactamente por quien, ni cuando, una nueva actividad se manifiesta: es una actividad de destrucción y pillaje. Los monumentos son derribados, las estatuas decapitadas, las estelas atacadas. Los vándalos excavan pozos, con la esperanza sin duda de descubrir allí tesoros de jade. En seguida, también ellos abandonan la isla, cuya paz no vuelve a ser perturbada hasta nuestra época, al principio por algunos campesinos mexicanos en busca de tierras, después por los arqueólogos, finalmente por los petroleros.

               Muy distinto es el sitio de San Lorenzo o antes bien, el conjunto de los sitios del río Chiquito, a saber, San Lorenzo, Tenochitlán y Potrero Nuevo, al sur de Minatitlán. Las excavaciones de Stirling y de Drucker en 1945 y 1946, las de Michael D. Coe, con Diehl y Francisco Beverido en 1965-1968 han revelado la importancia de esas tres localidades, a las que sería lógico añadir el rancho llamado Los ídolos entre San Lorenzo y el Mixe. Los vestigios de habitaciones son más numerosos allí que en La Venta. No se han encontrado, al menos hasta la actualidad, ofrendas de piedras semipreciosas ni tumbas de rico contenido. En cambio, la escultura monumental es de una calidad prodigiosa; el número de las cabezas colosales, de las estatuas, de los bajorrelieves ya exhumados, es del orden de ochenta, pero no hay duda de que muchos otros aún están enterrados.

               En San Lorenzo como en La Venta, unos “altares” cuadrangulares presentan, en la superficie anterior, un nicho en el que está sentado un personaje en bajorrelieve, con las piernas cruzadas; o bien sostiene en sus brazos un niño, o bien los brazos cuelgan a lo largo de su cuerpo, con las manos apoyadas en el suelo al lado de sus rodillas: dicho de otra manera, volvemos a encontrar aquí las dos actitudes convencionales de los personajes esculpido en los nichos de los altares de La Venta. El Altar 14 de San Lorenzo, presenta en una de sus superficies laterales a un personaje en bajorrelieve, esculpido con notable virtuosismo. Su rostro está visto de perfil, con el torso de tres cuartos, el hombro izquierdo adelante. Los detalles del tocado y la vestimenta, por fortuna bastante conservados, son dignos de atención: sobre la cabeza, un sombrero redondo de borde grueso, del que cuelgan cinco elementos ovales (¿gotas de agua?), mientras que la cofia esta rematada por una garra de ave; los cabellos caen sobre los hombros; en las orejas, unos pendientes terminan en una especie de gancho en torno del cuello; un collar de dos hileras de placas (¿de jade?) cuadrangulares; debajo, un pectoral de siete puntas, que puede ser interpretado como una concha seccionada. Por muy extraño que ello pueda parecer y sin que en la actualidad se pueda sacar de este hecho una conclusión,  es seguro que el ornamento de las orejas antes descrito y el pectoral en forma de concha fueron -¡más de dos mil años después!- los atributos de la Serpiente Emplumada, Quetzalcóalt, adorado por toltecas y aztecas.