Los Olmecas (16) Otro altar (Monumento 2 de Potrero Nuevo) inaugura la que debía
ser una larga tradición, que volvemos a encontrar, por ejemplo, en
Chicheen Itzá, en el sigo XI de nuestra era: Se trata de una mesa de
piedra sostenida por atlantes. Otro monumento (el Núm. 18 de San
Lorenzo), aunque bastante maltratado, parece muy similar. En uno y otro
caso, dos personajes rollizos, enanos obesos sirven de soportes a la parte
superior del monumento en forma de losa. Las figuras del Monumento 18
sostienen en una de sus manos un hacha de piedra pulida. Esos personajes
presentan el tipo “olmeca” habitual, pero sin ningún rasgo felino.
Ciertas estatuas, en cambio, representan seres sobrenaturales,
humanos en la forma general (están sobre sus miembros inferiores, tienen
brazos y manos, la parte alta de la cabeza y del rostro es humana), pero
felinos por la forma de la nariz y de la boca. Dos ejemplos de estas
figuraciones deben señalarse: el Monumento 52 -descubierto en 1968 bajo
una capa de tierra, gracias a un magnetómetro- es uno de los especímenes
más bellos del más puro estilo Olmeca; lleva en el pecho el glifo en
forma de Cruz de San Andrés. El Monumento 10, de una calidad estética
comparable, presenta además una característica de particular interés:
el ser humano-felino sostiene en las manos, contra el pecho, dos de esos
objetos enigmáticos en forma de pequeños escudos o “manoplas” que
también se encuentran (cf. capitulo viii) en varias representaciones de
personajes Olmecas.
Aunque privada de la cabeza, la estatua de un hombre arrodillado
(Monumento 34) es testimonio de la extraordinaria maestría alcanzada por
los escultores Olmecas de esta zona. Rasgo excepcional: esta estatua debía
tener brazos articulados, fijados al hombro en un gran disco. Volvemos a
encontrar esta concepción en las civilizaciones más recientes de
Veracruz y de Teotihuacán.
Pero volvamos a San Lorenzo. Los Olmecas que, a partir de 1200
antes de nuestra era, han esculpido allí la piedra con un talento tan
seguro, que han modelado la meseta, a costa de esfuerzos gigantescos y han
construido un sistema de canales subterráneos y de estanques artificiales
cuyo significado no comprendemos aún, aparecen súbitamente como un
pueblo ya en posesión de toda su técnica y de su arte. Se debe reconocer
que han llegado de otra región, donde pudieron aprender a manejar y
esculpir bloques de piedra: quizá, como lo sugiere Michael Coe, eran
originarios de las montañas de los Tuxtlas. Ya la forma de la seudopirámide
de La Venta nos había hecho volver nuestras miradas hacia aquellos
volcanes y aquella sierra rica en basalto. Tanto en San Lorenzo como en La
Venta hubo que plantearse y resolver el problema del transporte de los
enormes monolitos.
La floración de San Lorenzo se sitúa entre 1200 y 900 antes de
nuestra era. Así pues, en el estado actual de los conocimientos arqueológicos,
es el sitio Olmeca más antiguo. Fue en La Venta y no en San Lorenzo donde
se desarrollaron algunos de los aspectos de esta civilización autóctona,
en particular la práctica de las ofrendas de piedras semipreciosas y la
cinceladura del jade. La catástrofe que dio fin a la civilización de San Lorenzo queda demostrada por los rastros del encarnizamiento inaudito que se desencadenó contra los monumentos esculpidos. Las cabezas colosales resistieron -salvo una-, más no por ello dejaron de quedar marcadas con agujeros circulares. Otras piezas fueron despedazadas a golpes. Sin duda, hubo que levantar pesados bloques por encima de ciertos monumentos y hacerlos caer desde bastante alto para obtener el efecto de un martillo-pilón. Un enorme trabajo debió consagrarse a esta tarea de destrucción. Después de ello, las estatuas mutiladas, los restos de esculturas fueron enterrados bajo espesas capas de tierra. |