Los Olmecas (19) Las
columnas de basalto del patio ceremonial de La Venta y las que sirvieron
para construir la Tumba A del mismo sitio, sugieren manifiestamente que se
utilizaban pilares de madera, troncos de arboles para las empalizadas o
las tumbas. El basalto prismático de los volcanes aportó columnas en
estado natural, pero sin duda no era posible transportar a La Venta
cantidades suficientes para edificar numerosas estructuras.
Todo ello hace que la arquitectura Olmeca parezca pobre, siendo así
que en ella se manifiestan por primera vez en Mesoamérica temas
fundamentales como el ordenamiento minuciosamente planificado de los
edificios ceremoniales.
En cuanto a la cerámica, tan abundante y variada, como veremos en
otras zonas Olmecas, es relativamente escasa y monótona entre el
Papaloapan y Tonalá. Es posible que también allí la extrema humedad y
la acidez del suelo hayan contribuido a destruir no solamente la madera,
sino también la terracota. La alfarería de La Venta y la de Tres Zapotes
es escasa: si acaso una cuarentena de especímenes completos o en estado
de restauración posible. Ni aún los tiestos, que se recogen por centenas
de miles en otras zonas arqueológicas, son aquí muy abundantes. Los Olmecas
debían de utilizar recipientes de madera y sobre todo calabazos,
tan cómodos y tan abundantes en tierra caliente, de preferencia sobre la
cerámica, como aún los indios de las zonas tropicales de México. No
parece que los Olmecas, en contraste con la mayoría de los otros pueblos
de Mesoamerica, hayan confeccionado objetos de terracota para uso
ceremonial: recipientes rituales, incensarios, braseros. El magnifico
brasero de Cerro de las Mesas, que ciertamente representa a un dios del
fuego, es sumamente postolmeca y de la época clásica.
Sabemos de donde extrajeron los Olmecas el basalto y la andenita de
las estelas, de los altares y las estatuas. Pero, ¿de donde sacaron las
jadeitas, nefritas y serpentinas que supieron moldear con un arte
incomparable, probablemente no igualado y en todo caso, nunca superado en
América?. Ningún pueblo civilizado del Nuevo Mundo ha alcanzado tal
nivel en el tratamiento de las piedras duras. Fueron ellos los primeros en
colocar las jadeitas en la cumbre de la escala de valores, lo que se ha
perpetuado en toda la América Media, desde los mayas hasta los aztecas, aún
cuando el oro y la plata fueron conocidos a partir del siglo X. Es sabido
que los españoles se asombraron al comprobar, a comienzos del siglo XVI,
que un chalchiuitl, -piedra verde- tenía a los ojos de los aztecas mucho
más valor que una joya de oro.
Los yacimientos de jade que los Olmecas pudieron explotar se
encuentran situados muy lejos de su territorio: sin duda a una centena de
kilómetros al oeste de Taxco, en las montañas de rocas metamórficas de
Guerrero, en la cuenca del Balsas. En cuanto a la serpentina, fue en el
actual Estado de Puebla donde pudieron procurársela. La magnetita de que
se sirvieron para producir sus extraordinarios espejos provenía, sin
duda, de yacimientos situados al sur de la zona Olmeca “metropolitana”, en Oaxaca y en la extremidad meridional del Istmo de
Tehuantepec.
El jade que los mayas cincelaron en la época clásica fue extraído
de los yacimientos de la cuenca del río Motagua (Guatemala). No es idéntico
al de las piezas Olmecas, que tiende al color azul. Por otra parte, la península
de Nicoya (en Costa Rica) parece haber sido rica en jade y ciertos objetos
de esa prominencia son de estilo puramente Olmeca. Por tanto, hemos de imaginar que la búsqueda de esas piedras a las cuales atribuían valor supremo, llevó a los Olmecas a emprender expediciones y aún crear colonias a grandes distancias de su centro principal, en dos direcciones: hacia el oeste y el norte, a través del Altiplano Central, hacia las serpentinas de Puebla y los jades de Guerrero; hacia el sur y el este, a través de Oaxaca y el Istmo de Tehuantepec, a lo largo de las costas de Chiapas y de Guatemala, hasta El Salvador y Costa Rica. El móvil de la expansión Olmeca habría sido la búsqueda de piedras raras.[15] |