Los Olmecas (3)  

                 Lo evidente es, que a partir del año 1500 a.C. y hasta el comienzo de nuestra era, cierto modo de vida se generaliza a través de Mesoamérica. Se caracteriza por un rápido crecimiento de la población, por el surgimiento de aldeas cada vez más numerosas, por la diversificación de los recursos vegetales y animales. Un desarrollo constante, a menudo insensible pero que se acelerara a medida que se aproxima al comienzo de nuestra era, pasaría por la domesticación de las plantas nutricias y la fijación al suelo del hábitat humano. Cada fase de este desarrollo encontraría su fuente en la fase anterior y prepararía la siguiente: nada más claro, nada más racional.

                  Y es aquí donde intervienen los Olmecas. Una alta civilización de estilo inimitable, cuyas raíces no se encuentran en ninguna parte, que pasa como un meteoro por el horizonte Preclásico -pero, ¿se la puede calificar de “preclásica”, mientras que sus obras son tan rematadas, tan refinadas como las de las grandes civilizaciones del primer milenio?- y que desaparece tan inexplicablemente como había surgido, más no sin dejar una herencia que será transmitida de época en época hasta el fin, hasta la caída de los aztecas y de los mayas. Esta civilización avanzada es contemporánea con la de los balbuceos arcaicos; su escultura monumental se levanta en medio de las selvas sofocantes del Golfo, precisamente cuando los campesinos Mesoamericanos modelaban sus torpes figurillas.

                  Hay que establecer una distinción bien clara entre los “Olmecas arqueológicos” y los “Olmecas históricos” (cuya civilización es el tema del presente trabajo). No sabemos pues, como los Olmecas se llamaban a sí mismo, que lengua hablaban, ni de donde llegaron. Aún ignorábamos todo de su existencia hasta hace poco mas de medio siglo. Su irrupción en la Antigüedad autóctona ha tenido el efecto de uno de esos huracanes devastadores que su país sufre de cuando en cuando: los esquemas admitidos cayeron por tierra, hubo que revisarlos, repensarlos... no sin reticencias. No es sorprendente que las controversias conmovieran al mundo de la cultura, hasta que las realidades se han impuesto. Nadie pone ya en duda la antigüedad de las civilización Olmeca. Pero subsiste oscuridad: ¿como podría ser de otra manera, cuando numerosos sitios conocidos no han sido objeto de excavaciones profundas, y muchos otros quedan aún por descubrir? Quizás nuestra visión de las cosas sufrirá otros trastornos, cuando salgan a la luz los monumentos aún desconocidos, las estelas sepultadas en la selva, las tumbas sobre las cuáles han pasado los milenios[4], dice Soustelle.