Los Olmecas (5)  

                 La “ Cuenta larga”, dicho solo lo esencial, define Soustelle, es un medio de definir una fecha con precisión absoluta, enumerando los períodos transcurridos desde una fecha “cero” situada en el pasado más remoto (3113 a.C[6].), hasta la fecha fijada. El descubrimiento de la Estela C debía desencadenar una verdadera tempestad entre los especialistas de la arqueología mesoamericana. Si se adoptaba la lectura hecha por Stirling, el monumento era anterior, en más de tres siglos a los principios de la época maya clásica. Pero ¿como admitir que una inscripción fundada sobre el sistema de la “Cuenta larga” fuese claramente pre-maya? Habría que pensar en una civilización lo bastante desarrollada como para concebir un cómputo tan avanzado del tiempo que hubiese podido florecer antes de los mayas y al margen del país maya. La controversia empezó. Todo el mundo, -tanto partidarios como adversarios de la antigüedad Olmeca- razonaba como si la fecha “cero” de la “Cuenta larga” de la Estela C, fuese necesariamente, la misma que la de la “Cuenta larga” de los mayas clásicos. Como veremos, la fecha de 31 a.C, juzgada demasiado antigua cuando su descubrimiento, nos parece hoy bastante tardía. Y habrá que aguardar a 1957 para que el método de datación por el carbono 14, venga a proyectar, por así decirlo, a un pasado más remoto que todo lo que se había osado imaginar, el nacimiento y el florecimiento de la civilización Olmeca.

                  Se descubre que el sitio de Tres Zapotes estuvo ocupado por hombres civilizados durante largos períodos: ciertos monumentos son de estilo puramente Olmeca, otros -por ejemplo el monumento C, especie de cofre de piedra  grabada, cuyo decorado representa personajes enmascarados y motivos en forma de volutas- evocan el estilo de Izapa, civilización protoclásica del sur de México, en la vertiente del Pacífico. Izapa, adonde Stirling se dirigió en 1941, parece haber desempeñado el papel de una fase intermedia entre Olmecas y mayas.[7]

                  La Venta, que Matthew Stirling exploró después con Philip Drucker, pareció el verdadero hogar de la civilización Olmeca. Desde el principio de las excavaciones se exhumaron cuatro cabezas colosales. Extraordinarios monumentos parecieron brotar de la tierra; el Altar núm. 5, llamado “Altar de los Quíntuples”, está cubierto de bajorrelieves que representan a cinco “bebes”, humanos y felinos a la vez, gesticulando en brazos de cinco personajes adultos tocados con mitras o sombreros rígidos bastantes parecidos a “sombreros hongos”;  uno de esos personajes, con el “bebe” en brazos, surge del hueco de un nicho en la cara anterior del monolito. La Estela 3, bloque de piedra de 4.26 metros de alto, con peso probable de 50 toneladas, muestra dos personajes frente a frente, uno de ellos relativamente pequeño, corpulento, vestido con una capa y una especie de falda; el otro más grande, de rostro huesudo y nariz aguileña, con una barbilla; de allí le viene el remoquete de “Tío Sam”, que le fue atribuido irrespetuosamente por los arqueólogos. Sus cabezas están tocadas por ornamentos muy voluminosos y elaborados, en que se distinguen máscaras, una cabeza de pescado y penachos. Encima de ellos parecen flotar seres más pequeños, uno de ellos enmascarado, que blanden objetos indeterminados (¿armas?). Tanto el tema representado, como la factura de bajorrelieve hacen, de esta Estela 3 una de las obras maestras más extrañas y fascinantes del arte Olmeca. El hecho de que haya sido amartillado en una época antigua por vándalos que voluntariamente destruyeron el rostro del hombre corpulento y una parte del cuerpo del “Tío Sam”, aumenta los enigmas que nos plantea este monumento.  

               Con su pirámide (cuya forma real, disimulada por una vegetación exuberante, solo fue conocida después), con las estatuillas de jade contenidas en unos escondrijos y las asombrosas “ofrendas masivas” de bloques de serpentina hundidos en fosas profundas, con sus tumbas -una de ellas en columnas de basalto-, sus espejos de magnetita, sus “hachas votivas” gravadas, sus estelas esculpidas en bajorrelieve, sobre todo con el afán de planificación y de orientación que revela la disposición de los monumentos y de las tumbas, La Venta era, con toda evidencia, el centro ceremonial, -y también sin duda , gubernamental y comercial- de una población lo bastante numerosa y organizada para ejecutar trabajos gigantescos. Después de muchos siglos de olvido en la selva y los pantanos, la metrópoli Olmeca pudo ser descrita en 1968 por Michael Coe como el teatro de “todos los horrores de la civilización industrial moderna. Una refinería lanza nubes de humo, una pista de aterrizaje corta en dos el sitio arqueológico. La Venta se ha convertido en víctima del petróleo que se encuentra bajo su superficie y se ahoga en su sangre negra”.