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Los Olmecas (8)
Las representaciones humanas en el arte
Olmeca pueden dividirse en
cuatro categorías:
I) Rostros tan realistas que pueden ser considerados retratos: tal
es el caso de las cabezas colosales, que probablemente representan
individuos: dinastías, sacerdotes o atletas vencedores.
II) Personajes a veces complejos, como la estatua llamada Luchador
de Uxpanapa, o los de la Estela 3 de La Venta y relieves rupestres de
Chalcatzingo, los de las pinturas parietales de Oxtotitlán y Juxtlahuaca.
Se pueden asignar a la misma categoría las figurillas de piedra dura,
como el magnífico conjunto de la Ofrenda Núm. 4 de La Venta, o las
estatuillas en cerámica de Tlatilco y de Las Bocas. Las estatuas acéfalas,
como las de San Lorenzo, evidentemente son más difíciles de clasificar
en tal o cuál serie. Sea como fuere, estos documentos, numerosos y
concordantes, nos muestran individuos de estatura mediana, bastante
rechonchos, con el torso grande en proporción a las piernas. Las líneas
del cuerpo son curvas y los personajes son corpulentos, si no adiposos; el
cuello es corto y grueso. Los personajes desnudos generalmente son
asexuados, las representaciones femeninas son raras, un hombre de los
bajorrelieves de Chalcatzingo está desnudo, con los órganos sexuales
bien visibles. Los personajes masculinos, frecuentemente barbudos, algunas
veces llevan también bigote, como el Luchador de Uxpanapa; pero
muchos hombres aparecen lampiños, con el cráneo tan rapado como el
rostro. Las mejillas son llenas, los ojos oblicuos con pliegue
epicantelial (“ojo mongólico”), la nariz corta y ancha, los labios
espesos y la boca “desdeñosa” o “cruel”, en suma, la “boca Olmeca”
III) Un tipo humano mucho más raro es el de la Estela 3 de La
Venta, el “Tío Sam”, de nariz aguileña y mentón prolongado por una
barbilla. Es mucho más grande y más esbelto que el personaje corpulento
que tiene enfrente.
IV) Los “bebes”, más o menos humanos o más o menos felinos,
motivo casi obsesionante del arte religioso Olmeca, llevados en brazos de
estatuas o representados en bajorrelieves, en piedras duras, en cerámica.
Son asexuados, rollizos, sin cabello.
Sin duda es mejor apartar esta última serie de representaciones
humanas: los “bebes” tiene un carácter demasiado simbólico y mítico
para que se les pueda considerar como descripciones efectivas de un tipo
étnico.
¿Que pensar de la categoría III? El personaje barbudo de la
Estela 3 de la Venta, ¿no es un extraño, un visitante, como lo ha
supuesto Covarrubias? Por otra parte, no es imposible que un elemento “longilinero”,
de rostro huesudo y nariz aguileña -un poco análogo a los “pieles
rojas” de la América del Norte, o a los antiguos indios de la Patagonia-,
haya coexistido con el grupo étnico mas generalmente representado: el de
formas rollizas y redondeadas.
Son, con toda evidencia las categorías I y II las que corresponden
a lo que era el tipo físico de los Olmecas. De todas maneras, se debe
observar que toda civilización tiende a idealizar los rasgos
fundamentales del ser humano, conforme a cierto “canon”. A falta de
vestigios óseos, -como hemos dicho, los esqueletos no resistieron la
acidez del suelo- debemos volver nuestras miradas hacia los indios
actuales que viven (en pequeño número) en la antigua zona Olmeca o en
sus proximidad. Ciertamente, sabemos bien que no son descendientes
directos de los Olmecas arqueológicos. La región ha conocido
migraciones, instalaciones sucesivas de pueblos, entre ellos especialmente
los Naguas del Altiplano Central. Aún más notable es que hoy, más de
tres mil años después de los comienzos de San Lorenzo y de La Venta, se
observan frecuentemente en esta zona ciertos indios, o aún mestizos,
cuyas proporciones generales, la tendencia a una forma “envuelta” del
torso y de la cara, la forma de los ojos y sobre todo la boca
“olmecoide” de comisuras tiradas hacia abajo evocan de manera notable
las estelas y figurillas de la alta Antigüedad.
Melgar creyó poder interpretar como “negroides” los rasgos de
la cabeza colosal de Hueyapán. En realidad, ni ésta, ni las otras
quince hoy conocidas, pueden ser consideradas seriamente como
representantes de un negro africano. Los ojos son típicamente mongólicos,
la boca no presenta sino una vaga analogía con las esculturas africanas,
mientras que se relaciona con todo el conjunto del arte Olmeca. Jairazbhoy
ha creído poder regresar a la teoría de los orígenes africanos, pero su
demostración no es convincente. Por otra parte, sí como él pretende, la
civilización Olmeca hubiese tenido por origen un desembarco egipcio, ¿porque
esos viajeros, una vez instalados en México, se habrían tomado el
trabajo de perpetuar en piedra, a costa de gigantescos esfuerzos, el
rostro de sus “esclavos etíopes” y no el suyo propio? ¿Por que no
habrían dejado una sola figurilla de tipo egipcio, un solo glifo egipcio,
entre los millares de objetos Olmecas hoy conocidos?.
La conclusión más segura (de Soustelle) parece ser que los
Olmecas eran indios americanos, “amerindios”, pertenecientes en su
mayoría a una etnia de la que algunos rasgos físicos se han perpetuado
hasta nuestros días y que quizás coexistía con un grupo amerindio un
poco distinto.
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