BIOLOGIA MOLECULAR. EL DNA Para
este capítulo he seleccionado como marco de referencia, el texto de
Horace Freeland Judson, The eighth day of creation [1]
*(El octavo día de la
creación), catalogado por Jeremy Bernstein del New York Times Book Review
(Sección de revisión de libros del periódico The New York Times):
“uno de los mejores libros de popular o semipopular ciencia escrita que
yo haya leído”.[2]
Judson no considera su libro “una historia de bioquímica en su
intelectual plenitud; no una
historia de genética, pero sí de un reciente desarrollo en genética; no
una historia de bacteriología ni de cristalografía de Rayos X; no una
historia de ideas científicas en abstracto, pero de científicos en el
proceso del descubrimiento: su culminación”.
Su prólogo comienza con estos dos párrafos: “La ciencia en
nuestro siglo, estoy seguro, ha
estado marcada casi dondequiera que uno mira, por momentos de
descubrimientos por gente extraordinaria, por conmoción del entendimiento
-por un dinamismo que merece ser llamado permanente revolución. En dos
ocasiones, desde 1900, científicos y sus ideas han generado una
transformación tan amplia y tan profunda, que toca en todas las personas
los más íntimos sentidos de la naturaleza de las cosas. La primera de
esas transformaciones fueron en Física, la segunda en Biología. Entre
las dos, nosotros estamos espontáneamente más interesados en la ciencia
de la vida; todavía hasta ahora la historia de la transformación en Física
es la que ha sido dicha”.
“La revolución en Física vino primero. Comenzó con
la teoría del quantum y la teoría de la relatividad , con Max
Planck y Albert Einstein, al principio del siglo. La revolución en Biología,
en contraste, se detiene. Comenzando a mediados de los 30s, su primera
fase, llamada Biología Molecular, vino a cierta conclusión -no un fin,
pero una pausa para reagruparse- alrededor de 1970. Un coherente
preliminar perfil de la naturaleza de la vida, fue formado en esas
décadas. Esta ciencia nos atrae de manera muy diferente de la de la Física.
Ella directamente nos informa el entendimiento de nosotros mismos. Sin
lugar a duda, parte de la bondad de la Biología Molecular a los científicos
mismos, es que ello es magníficamente fácil de visualizar. El no
especialista puede entender (énfasis agregado por mi) esta
ciencia, al menos en su contorno, como realmente es -como el científico
la imagina-.”.[3]
Este libro me viene como anillo al dedo, el libro correcto en el
momento preciso, para adentrarme en este tema sin ser un científico, sólo
con las armas de mi “quijotesca” investidura: la lanza de mi teoría;
el escudo del saber a través de entender; cabalgando en la computadora;
luchando con el enemigo, los molinos de viento: el concepto de la
imposibilidad de lo posible; para
proteger a mi amada Dulcinea, la humanidad. Solo me falta Sancho
Panza, que espero encontrarlo en los peligrosos caminos de los territorios
en que me introduzco.
Judson comienza su investigación en Mayo de 1968 en Londres, en el
momento en que el descubrimiento de La doble hélice había sido
publicado por James Watson, un científico desconocido hasta ese momento,
que trabajaba en el campo de la genética de bacterias y los virus que las
devoran, donde los resultados en un experimento individual es cuestión de
horas o días a lo máximo; él nunca había empleado más de dos años en
algún problema. Sus problemas más recientes habían sido investigación
en las células de los animales, su genética y crecimiento, sus membranas
superficiales, y los virus que la transforman en tumores. El estudio del
modo de acción de los virus del tumor, él concede, es un acercamiento
que puede llevar a un fundamental entendimiento de lo que va mal en un cáncer.
Pero solamente dirá que esos problemas son “muy, muy duros”, y eso,
no obstante, que él es ahora un administrador y escribe libros de
texto.” Estos antecedentes sobre su personalidad los veremos más tarde
actuar y conocer como afectan a otras personas, principalmente a Rosalind
Franklin y su trabajo investigativo y sus consecuencias. |