EPILOGO (4)
A principios de 1981, buscando un libro sobre religiones de la
India, encuentro el libro de Ouspensky ya mencionado, In search of the
miraculous (En busca de lo milagroso) y al leerlo descubro que sus
conocimientos provienen de las enseñanzas de Gurdjieff. Esto despierta mi
interés en conocer más de Gurdjieff y en una librería especializada en
New York, en 1983, consigo copias de los únicos tres libros que él
escribió[2].
Por casualidad (o causalidad?), encontré inserto en uno de los libros, un
marcador donde se anunciaba que unos cuantos días después de la fecha de
mi compra, comenzarían unos seminarios y talleres conducidos por Mr. E.
J. Gold, en su retorno a New York después de diez años de
ausencia y que las inscripciones eran abiertas para cualquier interesado.
Inmediatamente me puse en contacto telefónico, y se me dio información
del lugar y hora de la reunión introductoria que se celebraría en los próximos
días, a la que asistí puntualmente.
Allí se nos explicó en que consistirían los seminarios y
talleres y también, muy enfáticamente se nos aclaró que ellos no
estaban relacionados con las enseñanzas de Gurdjieff específicamente, y
que Mr. Gold no tenía ninguna relación directa o de ningún tipo con la
Fundación Gurdjieff, única autorizada para usar su nombre y divulgar sus
enseñanzas. Aunque Mr. Gold en razón de su edad, no podía haber estado
expuesto directamente a las enseñanzas de Gurdjieff, su línea de
pensamiento y conocimientos eran paralelas.
Tomé parte en todos los seminarios y talleres que se ofrecían
cada fin de semana, algunos de un día de duración y otros de dos días.
Asistí a todas las charlas y conferencias ofrecida por Mr. Gold y poco a
poco comencé a comprender las “leyes cósmicas” y los resultados del
“trabajo” en el crecimiento espiritual, mediante la utilización de
The humana biológica machine as a transformational apparatus[3]
(La máquina biológica humana como un aparato de transformación). En una
cena que Mr. Gold ofreció, cuando ya estaba avanzado el curso, a todos
los participantes que quisieron asistir, explicó su intención de formar
un grupo de estudio antes de su regreso a California donde estaba
residiendo, que sería muy limitado en número y que esa misma noche
informaría quienes habían sido los seleccionados. Para mi sorpresa yo
había sido uno de los de alrededor de 20 seleccionados, entre los que se
contaban antiguos seguidores de sus enseñanzas. Y digo sorpresa, porque
de todos, estoy seguro, yo era el único que no había estado expuesto
antes a estas ideas y me limitaba solamente a escuchar o realizar los
ejercicios requeridos, pero nunca abrí mi boca para dar ninguna opinión
y menos hacer preguntas directamente a Mr. Gold, salvo contestar cuando se
me preguntaba, o en los períodos de descanso o socialización, al
conversar con los otros participantes.
Seguí con gran interés las charlas de Mr. Gold, en las que
en la mayoría de los casos no comprendía la terminología que usaba,
debido a mi desconocimiento de las ideas esotéricas.
Lo que si me resultaba extraño, era que cuando yo tenía una
pregunta que no me atrevía a formular, pero que era de gran importancia
para mi, Mr. Gold por medio de su conversación general, me daba la
respuesta en un lenguaje que yo entendía perfectamente y mirándome
directamente, lo que yo creía era casual. Hoy no estoy tan seguro de
ello. Al final de año, Mr. Gold regresó a California y el grupo siguió funcionando bajo la dirección de un matrimonio que eran unos de sus más antiguos seguidores, otros miembros que ya conocían de sus enseñanzas y unos pocos “novicios” como yo. Poco a poco fui captando más, aunque con muy pocas intervenciones, lo que me dio la fama en el grupo de que “yo pensaba mucho”, ya que seguía con mucho interés, pero hablaba muy poco. Sobre eso compuse un poema, en el que terminaba: “¿es que pienso mucho, o será que no pienso suficiente?” |