EPILOGO (5) 

                 En la primera quincena de Junio 1984, una gran experiencia resulta en mi vida. Todo aquel conocimiento que había sido interiorizado, empieza súbitamente a aflorar de una forma continua. Cada uno de esos días, después de pasar “pruebas” que me eran informadas “telepáticamente”, de la misma forma recibía información de todos tipos; mientras más difícil la prueba, mas profunda la enseñanza. Explicación de leyes y fenómenos que en algunos casos requerían formulas de alta matemática, me eran fácilmente asimilables; consecuencias presentes y futuras debido a los efectos ecológicos; una serie de reglas para la salud; efectos derivados de leyes de física y química, como la alquimia, etc.;  y al final, una explicación completa del universo y de la función de nuestro planeta en el cosmos, todo en concordancia con las leyes mencionadas por Gurdjieff, que se refieren en este trabajo. Me fue avisado por la misma vía “telepática”, que la mayor parte de toda esa información, cuando descendiera a mi plano de existencia habitual, no podría recordarla, pero estarían presente en el momento oportuno. Así sucedió. En las primeras horas posteriores a esa experiencia, aún todas las cosas estaban claras en mi memoria, pero con el transcurrir de las horas muchas fueron desapareciendo, hasta quedar solo unas pocas, principalmente las de carácter práctico, que eran comprobables en el momento o que pude comprobar en corto tiempo.

                 Durante el desarrollo de estas experiencias y después que pasaron, mi único confidente fue mi hijo mayor, con quien tenía una gran comunicación. Nuestras relaciones eran muy estrechas y  se desenvolvían no solamente como las normales entre padre e hijo, sino como amigos, en un ambiente de gran respeto. Él solamente me oía, sin atreverse a dar una opinión;  y cuando yo le decía, “esta experiencia es muy fantástica para ser real, pero muy real para ser una fantasía”, solo me contestaba, “¿Papi que puedo decirte?” Algún tiempo después también lo comenté con mi hija, con los mismos resultados. Ninguno teníamos una explicación, menos una respuesta.

                 A finales de ese año 1984, Mr. Gold celebró una convención en Sacramento, California, a la que asistimos un gran número de sus “discípulos”. Yo no tuve valor de hablarle de eso a Mr. Gold (ni a nadie), ya que había llegado a la conclusión, sin estar convencido, que todo había sido producto de un estado emocional (ya me imagino la interpretación de muchos, un estado alucinatorio bajo intensa tensión emocional). ¿Y como me explican lo aprendido? ¿Cuál parte es causa y cuál es efecto? ¿No es cierto que algunos, por no decir todos, de los profetas y los grandes inventores (sin yo considerarme en esas categorías) de la historia, fueron en su momento, mucho tiempo después, y aún actualmente, considerados locos o “herejes”?. 

                El trato de Mr. Gold para mí en aquella oportunidad,  fue altamente deferencial, e incluso me invitó para que me quedara por una semana después de la convención, alojándome en la casa que mantenían sus colaboradores más cercanos, a poca distancia de su residencia particular. A su residencia tiene acceso un número muy limitado de personas, incluso de sus seguidores. De nuevo para mi sorpresa, no solo fui invitado a permanecer entre sus más cercanos colaboradores, sino que durante esa semana, a diario visitaba su casa junto con ellos, para escuchar sus charlas, y tuve el honor de compartir su mesa, en compañía de su familia. Incluso me dio su número de teléfono particular, un gesto de extrema confianza y distinción hacia mi persona, que mucho agradezco.