EPILOGO (6)
La falta de comunicación directa con Mr. Gold fue minando mi ánimo, y
sentí que mi asistencia a las reuniones del grupo, era como asistir a un
encuentro social o fraternal, a pesar que el tiempo estaba dedicado a leer
y hablar sobre las enseñanzas de Mr. Gold. No había disminuido mi fe,
pero si mi entusiasmo. Por el mes de Marzo de 1986, aproximadamente, le
informé al matrimonio encargado del grupo, de mi decisión de separarme
de él, después de explicarles mis razones. En cierta forma entendía que
era un nuevo reto que tendría que afrontar: el buscar por mi cuenta las
respuestas a mis preguntas. Nunca llamé a Mr. Gold, ya que me consideraba
un “desertor” y su tiempo era muy valioso para robarle siquiera un
minuto, lo que de hacerlo consideraba sería un abuso de la confianza que
había depositado en mi al darme su número telefónico privado. A través
de los directores del grupo en New York, con quien mantuve algunos
contactos hasta mi salida de aquella ciudad en 1991, supe de su salud y le
envíe saludos. Desde lo más profundo de mi esencia, algo me dice, que de
alguna manera él sigue mis pasos y sus enseñanzas siguen siendo para mi
una inspiración, para continuar trabajando en mi desarrollo y crecimiento
espiritual.
En 1994 decido jubilarme anticipadamente y dedicar mi tiempo
completo a la búsqueda de las respuestas a las preguntas que durante
tantos años me había formulado, o sea, “entender” el origen del
hombre, su espiritualidad y su sexualidad, para comprender al hombre
actual y así poder
comprenderme a mi mismo. Consideraba que eran tres temas separados y que
el más importante era el primero, o sea, el origen del hombre actual,
descendiente del Homo sapiens. De las civilizaciones antiguas en que
estaba interesado, la egipcia y la griega, el ir a conocerlas directamente
estaban fuera de mi alcance debido a mis limitaciones económicas. De las
tres civilizaciones indias seleccionadas: la Maya, la Azteca y la Inca.
Después de un proceso de selección, decidí por la Maya. Como la
civilización Maya existió y se desarrollo en un entorno muy amplio, que
hoy es denominado Mesoamérica, tuve que seleccionar el área y elegí Mérida
en el Estado de Yucatán, por la rica e importante historia pre-hispánica
de una amplia zona alrededor de esa ciudad y las facilidades culturales y
educacionales con que cuenta.
En Mayo de 1994 me traslado a Mérida para averiguar las
condiciones de vivienda, costo de vida, etc. y tratar de ponerme en
contacto con personas que me pudieran dar información y proporcionarme
contactos, para ir a convivir durante un período indeterminado en una
comunidad rural, lo más autóctona, y lo más apartada posible de la
civilización contemporánea, donde las tradiciones se conservaran más
apegadas a los tiempos ancestrales. Eso me permitiría aprender su lengua,
observar y conocer su cultura y costumbres, y “vivir” a través de la
narrativa de los de mayor edad, su mitología, espiritualidad y ritos. Al segundo día de mi llegada había hecho progresos con vista a ese objetivo y si bien no era exactamente lo deseado, se aproximaba. Era una pequeña población cerca de Mérida, donde se conservan bastante las tradiciones y donde las facilidades mínimas necesarias podían ser resueltas y también podría contar con personas que me ayudarían para visitar comunidades rurales más apartadas. Con la seguridad de que había encontrado la punta del hilo, antes de regresar a Miami, aproveché para visitar la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY) y averiguar si era posible tomar algún curso o seminario que tuvieran para extranjeros, que me introdujera más profundamente en el conocimiento de la civilización Maya. Será fácil entender mi emoción, cuando se me informó que podía tomar asignaturas en la Escuela de Antropología, como Alumno Especial, sin derecho a créditos pero si a reconocimiento de asistencia y resultados de evaluación, de cualquiera de las asignaturas de la carrera de Licenciatura en Ciencias Antropológicas, sin importar el año a que correspondieran, siempre que la selección fuera aprobada por el Secretario Académico. Esto no solo me permitiría obtener muchos más conocimientos sobre la cultura maya que los obtenidos a través de la lectura, sino que me proporcionaría los métodos y técnicas para posteriormente aplicarlo durante mi convivencia con los nativos. Si Ouspensky estuvo en busca de “lo milagroso”, yo “milagrosamente” seguía encontrando lo que buscaba. Regresé a Miami con el más grande de los entusiasmos, y en Agosto 28, 1994, llegué a Mérida para comenzar el día 3 de Septiembre de 1994, el primer semestre del año escolar 1994-95. |