Los Olmecas (4)  

                

2.  EL DESCUBRIMIENTO DE LOS OLMECAS.

                   La revelación Olmeca la debemos a un simple viajero mexicano llamado José María Melgar y Serrano. Encontrándose en 1862 en la región de San Andrés Tuxtla (Estado de Veracruz), se enteró de que habían descubierto en un lugar llamado Hueyapán, un enorme monolito esculpido en forma de cabeza humana. Siete años después, publicó en el boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y de Estadística una breve nota. Melgar quedó tan asombrado por la apariencia “negroide” de la cabeza de Hueyapán, que dos años después escribió en la misma revista científica, un segundo artículo sobre “la cabeza colosal de tipo etíope que existe en Hueyapán, en el cantón de los Tuxtla”. Allí desarrolló sus teorías sobre las “migraciones” del Mundo Antiguo hacia América, que por inverosímiles que nos parezcan hoy, no por ello han dejado de rondar la arqueología mexicana como fantasmas mal exorcizados.[5]  

                Un número de investigadores dispersos por el espacio y el tiempo, ignorantes a menudo los unos de los otros, habían llegado a converger en un punto: la existencia de cierto estilo común a los monolitos colosales y a los pequeños jades cincelados. Ese estilo debía ser la expresión de una civilización aún desconocida, cuyo centro se situaba al parecer, en el Sudeste de México, entre Veracruz y Villahermosa, más precisamente en las regiones de los Tuxtla y La Venta. Hermann Beyer, un sabio alemán que vivía en México, fue el primero, y después Marshall H. Saville y George C. Vaillant, los que bautizaron Olmeca a esta civilización y este nombre le ha quedado hasta hoy.

         Durante los años 30s, comparaciones y acercamientos cada vez más numerosos entre monumento y objetos que formaban parte de diversas colecciones vinieron a añadir, por así decirlo, sustancia a esta civilización aún hipotética, aún no comprobada sino adivinada. Matthew Stirling fue el que obtuvo los resultados más sensacionales. En el sitio de Tres Zapotes, cercano a la hacienda de Hueyapán donde se había descubierto la primera cabeza colosal, Stirling y Clarece Weiant sacaron a la luz una estela rota, que en una de sus superficies llevaba una mascara de jaguar estilizada y en otra una inscripción. Esta “Estela C” se había roto en dos partes: la mayor fue descubierta por Stirling el 16 de Enero de 1939;  la menor, correspondiente a la parte superior de la estela, fue encontrada apenas en 1969. El principio de la inscripción está gravemente dañado por la ruptura de la estela. Stirling, sin embargo, la interpretó (con razón) como una inscripción llamada de “Cuenta larga”, análoga a las que los mayas clásicos dejaron en innumerables monumentos de México y de Guatemala.